Me envuelve todo. Todo, todo me rodea:
socorros, mutiladas vidas, llantos,
coartadas, auxilios. Panes en fracciones roídos
me asedian, piedras castradas en substancia
me acribillan. Me requieren hombres,
mujeres sustraídas. Brillo de malos ojos me
atraviesan, número de vísceras revueltas me
persiguen. Me envuelve todo. Todo, todo me rodea.
Bajo sucesiones, he ahí deslucido Colla, bajo la escala
intermitente; ¡Ah! me miras temiendo todavía,
creando exordios en el cuello, conspirando imágenes,
lavoteando la venganza ya sin venganza de tu hermano
el Guaraní maquinando sacudido, asechanzas
toda en una. Y en el pecho el llanto, ¡Oh! Mapuche lloroso,
en el vientre lavas todos los miedos australes
del Charrúa embestido por astas de pólvora y el
pánico. Y en los humeros la queja, ¡Oh! Lupaca cautivo,
detienes sin embargo en la osamenta, todavía
del Inca doliente todos los males en él reprimidos.
Y en América la mano curtida que trabajó con sangre
la roca primitiva o el zumo, para convertirlo
en arma o recinto, en flecha o medicina.
Me rodean a veces llamados, fervientes voces,
vientres sorprendidos, lenguas laceradas.
¡América, escuchadme amor mío!, levantad
al hermano de la tumba inventada,
removed al hombre bajo la escala sin escala,
robadle a la tierra el abono humano mil años
en el vientre sumergido.
Luego, os pido, redimid al Charrúa desde su rabia
de huesos y gusanos. Al Colla, al Mapuche
rígido, al Lupaca, al Guaraní, al Inca oprimido.
¡Salid corriendo América!, recoged las manos
esperando, tomad la cifra en suma, reponed
en cada puño los ojos devastados.
¡Vamos!. Tomad la tierra a cada paso sacudida,
responded por los lomos tantas veces
lesionados, tomad la miseria en masa,
arrullad la pena tantas tardes repetida.
Varón combatiente, Indio. Venid hermano. Asomad
los ojos a mis ojos, pernoctad en mi ladera
de bronceados científicos y artesanos milenarios.
Ya no hay frío miedo en nuestros pechos. Bajad anda,
de tu arcano escondite de dedos machacados.
Indio, amor mío, domador de cóndores insurrectos;
es, ahora, a ti a quien canto:
Blanco de saetas en el aire y de flagelos feroces
que en el reverso mordieron en la sangre
el hierro o la asistencia. Padre del niño terroso
patrón de llamas y guanacos, de alpacas
relucientes y de llantos. Reidor de risas
rebuscadas, soñador de sueños aniquilados,
en busca de todo salid y de nada, de poco y
de mucho en consumación, de América y la
tierra al fin y al cabo, del grito, del asalto silencioso
y del llamado, del plato frio y del llanto.
A ver quien viene. ¡Salid hermano!
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