jueves, 28 de julio de 2011

DE MÍ HACIA TI, PADRE MIO, QUE HAS MUERTO

 Y entonces abandonas la tierra en que yo te amo.
Dios te sepa extender mis pasos en tu larga travesía.
Adiós. ¡Adiós padre mío!
Adiós con esos brazos que me mecieron de niño,
con esos dedos tercos
que infringiendo el dolor doblegaron el miedo,
con esos ojos rebeldes, insurrectos, que de noche
se encendían como lámparas de esperanza.
Adiós con esas manos de tiempo
que esparcieron trifulcas en el espacio,
que surcaron de ilusión toda la tierra.
Adiós con esa raza fusionada,
que un día te hizo grande y te hizo pequeño.
Anda, padre mío, anda a esa tierra desconocida,
a sembrar cuchillos, proverbios clandestinos,
anda a esa tierra en que una ala te acoge y
un mayo en auxilio te aguarda ansioso por venir;
anda a esa tierra, haya en donde aun continúa
tu avance intermitente,
tu guerra inconclusa
tu grito silencioso.
Aquí, se despide el hierro y no la espada
aquí la herida y no la llaga
aquí la letra y no el sonido

AMÉRICA INDIGENA ¡LEVANTAD!

Me envuelve todo. Todo, todo me rodea:
socorros, mutiladas vidas, llantos,
coartadas, auxilios. Panes en fracciones roídos
  me asedian, piedras castradas en substancia
 me acribillan. Me requieren hombres,
 mujeres sustraídas. Brillo de malos ojos me
   atraviesan, número de vísceras revueltas me
persiguen. Me envuelve todo. Todo, todo me rodea.

Bajo sucesiones, he ahí deslucido Colla, bajo la escala
intermitente; ¡Ah! me miras temiendo todavía,
 creando exordios en el cuello, conspirando imágenes,
lavoteando la venganza ya sin venganza de tu hermano
el Guaraní maquinando sacudido, asechanzas
toda en una. Y en el pecho el llanto, ¡Oh! Mapuche lloroso,
en el vientre lavas todos los miedos australes
  del Charrúa embestido por astas de pólvora y el
pánico. Y en los humeros la queja, ¡Oh! Lupaca cautivo,
   detienes sin embargo en la osamenta, todavía
 del Inca doliente todos los males en él reprimidos.

Y en América la mano curtida que trabajó con sangre
la roca primitiva o el zumo, para convertirlo
en arma o recinto, en flecha o medicina.
Me rodean a veces llamados, fervientes voces,
 vientres sorprendidos, lenguas laceradas.

¡América, escuchadme amor mío!, levantad
 al hermano de la tumba inventada,
  removed al hombre bajo la escala sin escala,
robadle a la tierra el abono humano mil años
 en el vientre sumergido.
Luego, os pido, redimid al Charrúa desde su rabia
de huesos y gusanos. Al Colla, al Mapuche
   rígido, al Lupaca, al Guaraní, al Inca oprimido.
¡Salid corriendo América!, recoged las manos
esperando, tomad la cifra en suma, reponed
 en cada puño los ojos devastados.
¡Vamos!. Tomad la tierra a cada paso sacudida,
  responded por los lomos  tantas veces
 lesionados, tomad la miseria en masa,
arrullad la pena tantas tardes repetida.

 Varón combatiente, Indio. Venid hermano. Asomad
 los ojos a mis ojos, pernoctad en mi ladera
de bronceados científicos y artesanos milenarios.
Ya no hay frío miedo en nuestros pechos. Bajad anda,
 de tu arcano escondite de dedos machacados.

Indio, amor mío, domador de cóndores insurrectos;
es, ahora, a ti a quien canto:
  Blanco de saetas en el aire y de flagelos feroces
   que en el reverso mordieron en la sangre
 el hierro o la asistencia. Padre del niño terroso
   patrón de llamas y guanacos, de alpacas
   relucientes y de llantos. Reidor de risas
rebuscadas, soñador de sueños aniquilados,
 en busca de todo salid y de nada, de poco y
 de mucho en consumación, de América y la
 tierra al fin y al cabo, del grito, del asalto silencioso
 y del llamado, del plato frio y del llanto.
A ver quien viene. ¡Salid hermano!