lunes, 21 de junio de 2010

LA LUZ

Quien me escuche hablar pensaría que estoy loco. No lo estoy, aunque suena raro decirlo. Pues yo mismo así lo he creído en varias oportunidades.

José disculpa que haya leído tu cuento sin tu consentimiento pero me dio curiosidad y sentí la necesidad de hacerlo. Pero al revisar las primeras líneas no puedo dejar de sentir que estoy leyendo el inicio de la obra “EL Túnel” de Sábato. No sé si ese equivocado pero me parece que has dejado que el inicio de la obra de Sábato influya mucho en tu obra al menos en las dos primeras líneas, las mismas que me tome la libertad de resaltar y cambiar de color plomo. Espero no te moleste y te sirva quizá mi sugerencia y observación como lector sin el ánimo de molestarte; pero si por el contrario decides que mi apreciación nada tiene que ver con tu intención olvídalo no dije nada y borra estas líneas que solo malogran tu escrito.

Atentamente, David Tu hermano y admirador.

Ha disculpa de nuevo también agregué algo a la parte que hablas de la mesa que sostiene al televisor de la sala jejejejjeej solo es una sugerencia jejejeje para darle un poco más de misterio jejejejej. Lo siento. Además me gusta mucho el nombre “DIONISIO” pero prefiero mi “David” va mejor conmigo y mi personalidad jejejej.





a miguel angel: esa luz que ahuyenta a la muerte

La casa de mis padres (a la que llamaré casa “2” para evitar confusiones) no es portentosa, mucho menos emperifollada con cosas lujosas ni artefactos de vanguardia, pero es cálida varias veces, y acogedora. Consta de tres recámaras y una seudo- habitación instaurada en la tercera claraboya de la pieza, en cuya estancia se aloja mi casa por las noches, un pasillo anexa las habitaciones con un baño, lateral a un espacio baldío donde descansa una mesa vieja en el centro que cumple el rol de comedor al cual suministra claridad el segundo tragaluz que curiosea a una de las habitaciones y a la vez rayano a la cocina. La sala es un recinto amplio, luminoso, contiguo al comedor, sus paredes color marfil con delgadas franjas azul acero en las coyunturas están asiduamente ornamentadas con cuadros de paisajes vistosos y un almanaque del año con la figura de una mujer semidesnuda mostrando despreocupadamente las moradas aureolas de sus pezones con los dedos, de espaldas a la ventana que da a la calle esta el estropeado televisor faeda, que fue construido por mi hermano mayor en uno de sus arranques de carpintero, está situado sobre una rustica mesita color marrón oscuro en donde mi madre ve las telenovelas durante el día, al lado izquierdo hay una rinconera con cuatro niveles, en el tercer nivel se halla una fotografía de papá en la cocina en el día de su cumpleaños y en la ultima veta unos elefantes de yeso y un muñeco de nieve de losa que una amiga suiza le obsequió a mi hermano Dionisio, detesto a ese muñeco de nieve, es tan estúpido, detestable he maquinado un plan para desaparecerlo pero aun no me atrevo a ejecutarlo, al lado derecho están los pequeños anaqueles atiborrados de libros de novelas y libros de filosofía, es acaso lo único valioso que existe en esta casa “2”, y como parte final esta el primer tragaluz pegado a la puerta principal, bajo el cual mis hermanas han implementado un tendedero en donde ponen a secar sus calzones y sus medias.


II

Martes, 16 de febrero: me siento cansado, abatido. No he dormido bien anoche, siento mi boca viscosa, y un considerable ardor en los ojos me obliga a frotármelos reiteradamente, creo que ha sido una de esas noches en la que uno se siente insecto, una noche con todas las facultades palmarias a favor para sentir la amenaza de la transformación repentina, cuando empiezo a sentir que emergen varias patas en la boca de mi abdomen que se mueven arrebujadamente. Pero no ha sido el caso el de hoy felizmente, pues miro mis manos, están integras, conservan su apariencia normal, mis pies tampoco han sufrido trastorno alguno, ni algún lugar de mi cuerpo. Me siento alegre por eso. sí, me siento alegre cosa que no es usual en mi, desde que estoy encerrado en el claustro de mi casa, no alcanzo a recordar el día ni siquiera el año preciso en que me encerraron aquí, a veces creo que el problema va más allá de una arbitraria iniquidad, y no muy lejos de un auto encierro. El hecho es que no consigo salir por más intentos que he llevado a cabo. Seria cómodo echar todo al diablo y ahorrarme el trabajo de recordar cosas que me fastidian, pero no siempre todo lo relajado es gratificante; creo que el problema de mi claustro deviene de mucho tiempo atrás, no recuerdo el día con exactitud, pero creo que fue en la época de mi niñez, sólo que no recuerdo como. Solo un día desperté y ya estaba aquí entre estas cuatro paredes indestructibles gritando y llorando estentóreamente pero nadie me oía solo yo a ellos, y hasta ahora es así, grito, maldigo, refunfuño, pido auxilio pero nadie me oye, solo ciertas veces algunas personas se asoman como de casualidad a la ventana de mi casa, realizan una pesquisa extraña, somera y se marchan, es como si percibieran algo inescrutable, así como cuando un critico de arte mediocre observa superficialmente en una exposición un cuadro abstracto de gran calidad y se marcha murmurando ante la ineficacia para descifrar mensajes, significados y tonos clandestinos: concreto, solido, o de lo contrario diría, impreciso, intrascendental, un mamarracho. Casi siempre son mujeres las que se acercan a echar un vistazo a mi casa, y es que acaso yo prefiero que sean mujeres, me producen curiosidad las mujeres lo confieso, me causa conmoción su forma de hablar, de sentarse, de mirar y en fin de hacer todo, nunca he estado con una muy cerca, ni siquiera a moderada distancia, me gustaría tocarlas ¿se sentirá su carne igual a la de un hombre? lastima que siempre terminen por marcharse todas, algunas me observan desde la mirilla de la puerta, otras en cambio prefieren las ranuras de las paredes, son pocas las que se atreven a expectarme directa y fijamente a través de el vidrio de la ventana sin huir despavoridas. Les he cobrado afecto. Le he cobrado afecto a todo lo que me significa una esperanza de escape.
No quiero interrumpir el relato pero tengo que hacerlo, alguien llama a la puerta de la casa “2” pero, ¿quién podrá ser?, cada vez que alguien llama a la puerta siento que un cuchillo trasciende desde mi hígado y se materializa en mi mal humor con sabores amargos y grotescos, puede que sea la vecina obesa de al lado que viene a solicitar ayuda a mi madre o lo que es peor a mi, que fastidio es vivir cerca de estas personas, jamás pierden la oportunidad de amargarle a uno la existencia, por otro lado cabe la tediosa posibilidad de que sea mamá o mi padre o alguno de mis hermanos, no llego a entender como se percatan de mi existencia en oportunidades como esta estando yo encerrado en esta casa y otras no, mi casa, una totalmente distinta a la suya, donde solo existe un laberinto de ideas sin una luz que dirija su escapatoria, donde no ingresa ni el aire ni los ecos del exterior, ni los ruidos ni nada, quizá no se han percatado de mi encierro es por ello que no han acudido a mi rescate, es posible, pero los odio de todas maneras, los detesto a los dos, de igual manera a mis hermanos, ¿Cómo es que no se han dado cuenta de mi encierro?, que descuido el suyo, o quizá yo no se los he permitido de algún modo, quizá cada vez que los veía pasar cerca de la ventana de mi casa sentía temor y aseguraba furtivamente todos los cabos de posible acceso. Siempre que amanezco y me descubro encerrado en mi casa, que es sucia, y maloliente, con millones de cosas vagas, imprecisas, que me dañan, grito, los aclamo, vocifero, golpe la puerta y el vidrio de la ventana pero ellos no se percatan de mi existencia. Me viene a la memoria una historia que me conto un amigo en la primaria:

“Un naufrago, permanecía por varios años clausurado en los márgenes de una pequeña isla, en los primeros meses no hechó de menos la conexión con el mundo exterior, de lo contrario se dedicó a experimentar y disfrutar cada cosa en particular que ahí existía como un mundo individual y así lo siguió haciendo por varios años hasta que empezó a aburrirse y caerle mal las cosas que consumía y abordaba reiteradamente, entonces empezó a extrañar la interacción con el mundo en su totalidad, se enfermo, se sumió en una fuerte depresión y maldijo la hora en que desaprovechó el tiempo en disfrutar cosas que a la larga no lo llevarían a ninguna parte y no usarlo en construir un método para salir de ahí. Cierto día cuando se encontraba ávido parado frente al inmenso océano paso un barco a pocos metros de la isla, el naufrago hizo todo lo imposible para que se percataran de él: agitó los brazos porfiadamente, libero señales de humo, gritó enérgicamente pero fue inútil. En los años que transcurrieron volvieron a pasar otros barcos pero cada vez más lejos y el hombre volvió a repetir la empresa, siguió esperando toda la vida a que en una de esas pocas veces uno lo advirtiera y no se preocupó en construir una falúa para abandonar la isla por sus propios medios”.

Quizá algo similar acurre conmigo, esta casa en la que me encuentro cautivo desde hace muchos años es la isla en la que soy un naufrago sin escapatoria, la gente y en fin mi propia familia son como los barcos que no me advierten, que no ven a través de la distancia y la neblina que se interpone entre sus ojos y yo, y con respecto a lo último ¿cual podría ser el método posible que podría sacarme de aquí? No creo poder construirlo, no me siento capaz, necesito ayuda. Nunca he logrado algo valioso, a veces me ha parecido vislumbrar en lo elevado del techo un pequeño orificio con un lánguido hilo de cocer pendiendo pero no me he atrevido a escalarlo, carezco de valor, siempre he sido un cobarde, un insuficiente y así moriré encerrado para siempre.

Me incorporo, calzo mis sandalias, voy parsimoniosamente hacia la puerta a ver quien es el individuo que fastidia tozudamente, en el trayecto me aseguro que mi aspecto no sea lo suficientemente astroso para asustar a esa persona, el espejo del baño esta chisporroteado con varias manchitas de color amarillento que incrementan su deplorable estado, mi rostro se dibuja confusamente en el cristal, confirmo mi sospecha inicial. Pienso en que no seria una idea descabellada hacer un canje de cabeza o de todo el cuerpo en general, quedaría más adecuado. Aliso mis cabellos de manera somera y me despojo de un kilogramo de lagañas de los ojos. Salgo. Cerca a la puerta me cercioro que los golpes provengan de la puerta y no de otro lugar. Han habido ocasiones en que he confundido las escaramuzas de los pericos con porrazos en la puerta. Luego de segundos de aguzar los oídos abro desconfiadamente, un rostro prolongado, unos ojos diminutos me espéctan ávidamente. ¿Quién puede ser?, al parecer tampoco nota mi encierro, solo me ve a través de sus ojos, solo ve las paredes, la fachada y la ventana cerrada de mi casa, no inspecciona en su interior, quizá es lo mas recomendable, no le agradaría ver lo que hay dentro, es como los demás idiotas solo basura que se moviliza, su expresión de sabelotodo no me gusta, me fastidia incluso, creo que ya empiezo a odiarlo. Al parecer mi mirada de interrogación lo amedrenta, lo hace exasperarse, por que saca de entre su portafolios un libro. No, una biblia. Con intenciones de terminar pronto y marcharse.

--Buenas tardes señor. Me da la mano. Se la niego. Hay cosas en la vida a las que abomino verdaderamente y entre esas se hallan las personas que caricaturan la religión, esos viejos ridículos con corbatas mal puestas y viejas faldonas o muchachos que no han aprendido a leer bien, o a escribir o a reflexionar un día en que significa verdaderamente la palabra Dios o cielo o infierno y pretenden enseñar a los demás, es como si un vivo pretendiera enseñarle a otro el arte de la muerte, no se puede, no es justo, no lo admito, es mas lo degrado al extremo de putrefacto. ¿Como si fuese tan fácil? Nada es fácil, nada es tan fácil.

--¿Qué desea?—pregunto con evidente tono de enemistad. El individuo se ataranta, se apabulla tratando de atrapar una palabra entre sientas que se mueven guturales en su boca, al fin se hace de una. Profiere:
--somos testigos de Jehová señor y veni…--se interrumpe—perdón cual es su nombre?-- Mi mirada lo dice todo—pues bien—continua: como usted sabe la tierra se halla en sus últimos días, zatanas como muchos lo conocemos o zatan se esta apoderando de la tierra, nos induce, nos pone trabas para caer en sus garras y hacernos sus aliados. Pero también existe Dios. ¿Usted sabe quien es Dios? No respondo y no tengo la menor intención de hacerlo a ninguna de sus interrogantes estúpidas y sin fundamento, así que me limito a mirarlo: es un chiquillo a penas, no ha de tener más de diecisiete o dieciocho años, lleva puesto una corbata azul que desconcuerda con el color grana de su camisa, no lleva correa y unos zapatos de escolar le inyectan un aire despreciable.
--asiento--¿pero a que?, no ha dicho nada, de su boca solo han salido más que costales vacios, estupideces sin siquiera forma ni sonido, quizá lo hago por que espero que se marche pronto, pero al descubrirme en mi error me exaspero: ¡vallase! Y le tiro la puerta en la cara.

No creo en la posibilidad de algún tipo de existencia después de la muerte, es más la muerte no debe tener nombre, no debe escribirse siquiera, debe limitarse a ser algo abstracto sin sonido ni finalidad, solo debe ser el término de la vida, sólo eso, la paz, el sosiego del espíritu que también termina cuando el cuerpo deja de moverse, la muerte no existe, es la nada, lo que existe es la vida que tiene como delegado al espíritu que se materializa en el cuerpo, ¿acaso alguien ha visto como se peina la muerte?, no existe, no tiene forma de materializarse. Por otro lado considero que la vida es lo que mucha gente llama el infierno. El paraíso sin embargo puede ser un solo instante, un segundo del infierno que a su vez puede ser más inmenso que el universo, hay mucha gente que llega a conocer el paraíso, sólo que no tiene la dicha de saberlo, se olvida de reír un segundo. ¿Qué hay sobre la existencia de Dios?, para responder a esa interrogante basta sólo con hacer recordar a la gente que hace muchos años hubo un hombre llamado Claudio Tolomeo, gestor de una teoría en la que se afirmaba que la tierra era el centro del universo, “la teoría geocéntrica” y por tanto todos los demás planetas y el sol giraban alrededor de la tierra, tal teoría se infundió como cierta e inequívoca por miles de años y eran decapitados todos aquellos que la detractaran. Un día apareció un hombre, Nicolás Copérnico, que demostró con hechos que la tierra no era el centro del universo si no el sol y así apareció la teoría heliocéntrica que es verdadera hasta que después de un millón de años no aparezca otra teoría que refute a la actual, ¿Cuántos años han pasado desde que se cree en la existencia de dios? La respuesta es: ni dos mil años ¿saben a lo que me refiero? Ningún conocimiento puede darse por culminado y por lo tanto verdadero, todo esta en constante evolución, la geografía terrestre cambia, también cambia la sociedad, el pensamiento y con ellos cambia el conocimiento humano, ¿Quién nos asegura que dios existe? ¿Acaso la biblia? ¿Acaso esos mentecatos que la predican? ¿Alguien ha visto a Dios?, yo no, y acaso alguien puede culparme y tacharme de soberbio y apostata por no creer en algo que no he visto, que no he palpado? El que diga lo contrario es un hipócrita, como los hay muchos en este mundo, en situaciones como esta es que me siento dichoso en estar encerrado en mí casa.

Para finalizar con este tema que me produce dolor de estomago diré que creer en Dios es como si un hombre adulto, que creció huérfano recibiera bajo la puerta una carta impresa a computadora con el remitente que dijera: atte.: tu padre, en la que le jurara amor incondicional y prometiera venir a llevárselo a fin de mes a vivir con el, díganme ustedes, ¿se le puede a este hombre acusar de orgulloso e incrédulo por no creer o dudar de la existencia del supuesto padre?, dense la respuesta ustedes mismos a mi no me causa interés alguno.

III

Domingo 20 de febrero: Son las 5:32 pm. Mi casa esta más sucia y desolada que nunca, tanto por fuera como por dentro, hace mucho tiempo que ya nadie se acerca a echar un vistazo, extraño aquellos días del colegio en que podía ver mucha gente a través de la luna de la ventana, caminar, transitar entre ellos sin que pudieran percibirme realmente y sólo sentir el suave halito del vistazo desprevenido, de los balbuceos, de la mirada de soslayo a la fachada, con una curiosidad que a mi me maravillaba. Ahora ni eso hay, estoy mas sólo que nunca, antes me hacían compañía las miradas, los comentarios de los individuos del salón, las risas.
Creo que mi cuerpo empieza a bambolearse, y también creo ver mi piel convertida en un gran costal hecho totalmente en vertebras externas de un tono marrón brilloso, lucho, libro una sangrienta batalla por no verme brincando bajo la mesa, confundido con los desperdicios, suele pasar siempre que estoy deprimido por eso no me desespero totalmente, incluso me estoy acostumbrando, esta escena de resistencia la llevo a cabo más por habito que por temor.

Luego de tantas escaramuzas triunfo al final, consigo abandonar el pasillo en dos piernas y me dirijo con mi casa hacia la cocina.

Respiro un aire tranquilo, distinto cuando ningún integrante de la casa “2” la infecta con su presencia, debería repetirse la escena todos los días, todo seria distinto y hasta mágico, quizá seria un punto de partida para que empiecen a aparecer otros orificios sobre el techo de mi casa como el que vislumbre un día en sueños cuando me soñé que era feliz.

Temo aceptarlo, pero creo que son grandes personas, los míos, mi familia. No me tratan mal, ni siquiera me golpean ya hace mucho tiempo, es más solo una o dos veces lo hicieron, lo que me enfada de ellos no es su maltrato hacia mi, si no su incomprensión, su incapacidad para abordar a un ser como yo, su deficiencia para escrutar un poco más el solido muro que nos distancia enormemente. Siempre están hostigándome con asuntos que a mi me parecen absurdos, insustanciales, me achacan el hecho de negarme a conformar un eslabón mas de la hedionda, fermentada cadena de los otros. A cada momento están recriminándome cosas, exigiéndome, enviándome a hacer sus mandadillos y lo que es peor algo que detesto, algo que me destruye, me obligan a abrirles la puerta todo el día, a respirar el aire de afuera que ahora me afecta, se ha convertido en una especie de tóxico para mi ánimo, y la luz del día o un rostro extraño me reciben como flechas desde afuera, ya no es cosa mía, el decidir salir o no, es cuestión de seguridad contra la supervivencia de mi especie, a cada momento están saliendo y entrando a la casa “2” como seres repulsivos. Me recuerdan a las hormigas o a los conejos ¿Por qué no se marchan lejos? Quizá de esa forma los aborrecería menos, el hecho de saberlos lejos tal vez incrementaría mi disposición a recordarlos, ¿y si se murieran? Los amo, pero es un amor extraño, distinto, todavía no logran descifrarlo, los amo pero para no dejar de hacerlo, a veces creo que la solución sería que se murieran por algún tipo de muerte distinta a la que causen mis intempestivos arranques de aniquilación, pienso que de ser así seria todo menos doloroso para ambos, y los recordaría sereno y no con la piel hecha volcanes apunto de erupcionar.

Pero por el momento no están, significa que estoy desprovisto de amenazas, mi mente esta serena, lucida, como siempre que están fuera, creo que podría y no seria mala idea echar un vistazo a fuera de mi casa a través de un pequeño orificio que se ha creado en la pared, lo acabo de notar por el hilo de luz verdadera que atraviesa los ánimos enmarañados de mi recinto.

Me acerco suspicaz, temeroso todavía del fascinante descubrimiento. Replegó mi rostro a la pared y adhiero mi ojo derecho al orificio, todo se observa tan tranquilo, templado, con una paz ulterior que no conocía, hay un aire intenso que rodea las cosas verdaderas y las convierte en otras, que no me amenazan ni me hacen alusión con tirria, incluso los desperdicios están distintos, se hacen mis amigos, me invitan a abrir la puerta y dar de una vez por todas el primer paso en el umbral que me libre definitivamente de aquí, me animo pero a la vez no dejo de temblar, no me abandona, no me deserta un miedo misántropo que me hace temerle a todo, los miro ligeramente de costado o con la cabeza gacha, libero una que otra sonrisa que pronto se desdibuja de mi rostro, pues carezco del valor necesario para enfrentarme a algo casi desconocido, a algo que siento ya haber olvidado con los años de encierro, no confío ciegamente en ellos pero a la vez la puerta parece ceder por si sola, parece abrirse sin necesidad de yo tocarla, como si una mano invisible hubiese abierto las mil cerraduras y ahora la empujara suavemente incitándome a abandonarla. ¿Qué estará sucediendo dentro de mi?, estoy experimentando diversos cambios muy precipitadamente, especialmente estos últimos días en que me he quedado solo, no mucho tienen que ver con los que he vivido los últimos meses bajo la mesa, o batallando por mi vida en el inodoro, es algo distinto, es bueno, lo presiento. Puede ser que en veces anteriores hayan existido ya otros orificios como este, puede ser que no lo haya soñado como lo he venido aseverando siempre, si no que fue toda una realidad rotunda, notoria y tangible.



José, Realmente mi admiración por ti a crecido mucho más al leer esta narración, y te felicito xq has logrado captar mi atención y mi curiosidad por saber como termina esta historia, quisiera saber más de los personajes que mencionas sobre todo del protagonista que lo siento muy solo y triste con un vacio interno muy duro, quisiera saber como termina y que eso tan interesante y aparentemente bueno que esta empezando a experimentar, ojala que sea algo que le permita salir de su encierro ojala que sea la luz que tanto rechaza pero que en el fondo anhela, ojala que permita que Dionisio con sus errores de hermano mayor y con su derecho a ser odiado por él que se ha ganado apulso pueda ayudarlo a romper el muro del claustro que durante años encierra al protagonista y que también encerró al “Asterion” y que en algún momento también encerró al hermano mayor aunque no lo creas…
Corregí algunas tildes no más que eso porque no quise malograr la intención que habrás querido propinarle a tu texto.
Y dile al protagonista de la narración que perdone a Dionisio por ser uno más del montón y no acudir a su llamado, quizá él quiso hacerlo pero igual que el protagonista no sabe como ayudarlo pero que sufre desde fuera de y que sin que se de cuenta lo observa y sufre su sufrimiento tanto o más que el mismo.

David.

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